Texto: Lucía Jiménez / Fotos: Fernando Luis
Viajar a Cuba es sumergirse en un mundo diferente. Más allá del idioma, los lazos que unen su historia a la nuestra quedan inevitablemente arrinconados por el verdor caribeño, los surcos de la revolución y el carácter gozoso de los cubanos.
Cuba es bella. Y lo es no solo por las increíbles playas y el paisaje selvático, sino también y sobre todo por el cobijo que uno encuentra en la sonrisa constante de los cubanos. Cuando hablan de su país, los cubanos se refieren a sí mismos en tercera persona: “El cubano es amable, le gusta sonreírle a la vida, ya tu sabe…”. Son cordiales, afectuosos, les gusta hablar y siempre están dispuestos a ayudar. El civismo cubano nos lleva años de ventaja. Son educados y respetuosos, siempre ceden su asiento en el autobús a quien lo necesita más y, salvo contadas excepciones, son mucho más honestos que nosotros ‘los occidentales’.
Gran parte del tiempo que pasamos en Cuba lo dedicamos a hablar con los cubanos. En parte porque ellos quieren saber. Les interesa cómo vivimos, qué hacemos un día normal en España, qué compramos, cómo son las tiendas, y las carreteras, la longitud de los túneles, la temperatura que hace aquí en invierno, lo que comemos… Y, por supuesto, les interesa también nuestra situación política y social. Porque el otro motivo que nos llevó a pasarnos el día hablando con ellos es lo agradable e interesante de su conversación. El cubano es culto y está informado de lo que pasa en el mundo. Puede que la información les llegue con el sesgo de su sistema político, pero todas las personas con las que hablamos (desde un señor de un barrio de La Habana a la chica de la panadería, el paisano del campo, la doctora, el barbero, un profesor de Playa Girón o la señora del museo) todos, sin importar su edad, formación o procedencia, estaban al día de la actualidad y tenían la capacidad de emitir un juicio crítico… Y sí, en esto también nos sacan bastante ventaja.
La Revolución impregna cada centímetro de Cuba. Las imágenes de Fidel, el Che y Camilo, y las frases asociadas el movimiento están en todas partes. Pero, además, la revolución también se respira en las conversaciones, en la apariencia de los coches, en el inventario de productos de las tiendas, en la mirada de los más mayores y en lo que no se dice. Porque, tras charlar con unos y otros, uno comprende los aspectos positivos y negativos de la revolución. La educación y la sanidad son universales y gratuitas para todos, el Estado es un entre omnipresente y protege a sus ciudadanos (se encarga, por ejemplo, de fumigar calles y casas con cierta frecuencia), no hay publicidad en la calle y no existe la competencia atroz y el egoísmo ególatra propio de la empresa privada. Sin embargo, y a pesar del gran valor de la Revolución para Cuba, estas y otras ventajas del sistema político cubano no se transmiten de manera adecuada (el Museo de la Revolución, por ejemplo -quizás por la falta de recursos-, cuenta la historia del movimiento manera desordenada, con materiales mejorables, centrándose demasiado en el pasado y sin explicar en detalle los logros alcanzados).
La globaliación también ha llegado a Cuba. La información a la que tienen acceso los cubanos a través de Internet empieza a hacerse un sitio, como puede, en las costuras de la Revolución. Hoy no es raro encontrar en La Habana grupos de gente que, pegados a un edificio, sostienen sus teléfonos móviles para conectarse a una red WiFi que les dé acceso al mundo, la música que más se escucha por la calle ya no son los ritmos guajiros ni el son cubano, sino el reggaeton, La Habana está salpicada de graffitis y el béisbol empieza, tristemente, a ser sustituido por el fútbol y por la adoración de los futbolistas y de su estilo de vida.
Y así fue cómo, después de visitar gran parte de la zona oeste, de disfrutar de la belleza de Cuba y, sobre todo, de la compañía de los cubanos, el día antes de volver a España nos embargó un gran sentimiento de tristeza. Porque, a pesar de la escasez, del bloqueo y de otros problemas del día a día que tienen los cubanos, nos dimos cuenta de que ellos al menos saben disfrutar de la vida. Al final (aunque diferentes) aquí también vivimos rodeados de muchas dificultades y, pese a que (más o menos) podemos comprar de todo, nunca podremos tener el calor, la alegría y el ritmo caribeños.
Espéranos, Cuba. Volveremos.